25 de junio de 2008

No fue bueno, pero fue lo mejor

En pie como soldadito de plomo,
se preparó para caer en combate,
para la mutilación. 
Para el linchamiento, deporte nacional, independientemente, del país dónde esté.
O la cárcel.

También se preparó para el olvido,
para lo siguiente que vendrá,
para el Dios proveerá.
Y mañana será otro día,
depende del cristal con el que miras.
Todo es horrible o terriblemente bello.

No fue bueno, pero fue lo mejor.
Todo o casi todo salió de otra manera.

Quién no desearía 
poder ser otro en quién confiar, 
por quién dar su brazo a torcer?
Y ser de cualquier modo distinto.
Sea como quieran, siempre lo que quieran.

Y nunca volverá jamás a pisar un escenario,
lo verás si es que lo ves, 
siempre desde la platea.
Como un sueño inalcanzable 
como la Luna llena.
Cuando la quiere poner a los pies de su mujer.

No fue bueno, pero fue lo mejor.
Todo o casi todo salió de otra manera.

Y dónde el ratoncito Pérez, 
el scalextric y el Ibertren?
Y los putos Reyes Magos dónde están?
La rana que se convertía 
con un beso en la boca 
en princesa de boca de fresa.
Y dónde dejaste la pastilla de jabón.

No fue bueno, pero fue lo mejor.
Todo o casi todo salió de otra manera.

Preparó al milímetro su propia muerte,
always la lloró, la cambalache, 
over the rainbow.
Todos los tiburones del Caribe
que no consiguieron devorarle en vida.
La goleta, la bandera, tibias y calavera.
Todo al fondo del mar.


                     Enrique Bunbury


7 de junio de 2008

A veces, el arte hace pasar cosas como éstas y asoma algo parecido a la fé.

¿Pero fé en qué?


Hace dos días, como actividad de fin de curso, mi profesora de pintura Duli García, nos acompañó a una exposición de Feito. Un pintor abstracto-expresionista cuya obra hasta entonces me habría dicho bastante poco. Sin embargo, de la mano de Duli sufrí una reconciliación con la forma de interpretar nuestro mundo por parte de muchos pintores actuales. Descubrí lo que había detrás: investigación, experimentación, una interpretación de la esencia de las cosas y, sobretodo, como esos aparentes brochazos atravesados por una perenne e infranqueable línea negra, suponían una ruptura de lo establecido por una especie de big-bang que no somos más que todos los seres vivos, como esa pintura era capaz de atravesarme con su fuerza sobrehumana -y la vez tan humana-, como esa combinación de tres colores -en esta etapa del pintor son negro, magenta y morado con fondo blanco- podía condensar la vida misma y llevarnos a otra percepción de nuestro entorno a través de las sensaciones y emociones. Descubrí las texturas como ese gran descubrimiento que me regaló la técnica de la acuarela: los cielos, VER por fin los cielos como si de repente se me hubiese caido un velo de los ojos, una bruma que lo aplanaba, lo matizaba todo.





Pues bien, hoy me he encontrado con la presentación de una obra que, aunque aún no he escuchado, ya me ha enamorado por lo que supone: la conjunción del alma y la desgarradora voz de El Lebrijano y la palabra escrita de Gabriel García Márquez.









Entrevista en El País

Que el arte, en la mayoría de los casos, saca lo mejor de nosotros mismo no es ningún secreto. Yo, cuando mejor me siento, más plena, más exhultante, más sensible, es cuando escucho una gran canción o estoy leyendo un gran párrafo. Y eso que soy una absolutada iletrada en ambos campos. Ni con el trabajo más apasionante ni con el beso más inolvidable. Porque el arte lo invade todo y te despierta, te abre los poros, los dedos se despliegan, el cuerpo se tensa y la cara habla por sí sola. Por eso no entiendo porque sigue sin fomentarse realmente desde las instancias públicas. Recuerdo un debate al que asistí en Francia en el que, en un pequeño bar, se dieron cita una veintena de artista. El tema era si el Estado debía promover, es decir, subvencionar el arte. Del lado de los contrarios, se argumentaba que esto, evidentemente, podía prostituir el arte, promover el menos crítico, vanguardista, experimental o comercial. Del otro lado, la respuesta era clara: si el Estado no promueve el arte y la cultura, el mercado menos. En mi caso, me declino porque, asumiendo todos los riesgos que supone la promoción estatal del arte, prefiero esta opción que delegar toda la responsabilidad en el compromiso y sacrificio personal de los artistas. El arte siempre se abre paso, el más incomprendido, también porque finalmente responde a una necesidad, a un pulso vital del actor. Por tanto, en las sociedades ricas en las que las necesidades básicas no son tan apabullantes, es más difícil que el arte termine circunscrito a lo políticamente correcto. Y, mientras, al menos se fomentará su presencia, aunque no sea tan variada y justa como deseásemos.

Bueno, el caso es que sólo quería compartir mi alegría porque se hagan cosas como el nuevo disco de El Lebrijano.

¿Cuánta vida no trajo el disco Omega, de Enrique Morente y Lagartija Nick a mi fría casa en Lyon?





Pequeño Vals vienés, Omega

Enrique Morente y Lagartija Nick







La Aurora de Nueva York, Omega

Enrique Morente y Lagartija Nick

6 de junio de 2008

Volver... a Senegal

A la explosión de vida que empieza cada amanecer allá,
a su arrasante ritmo,
a su alegría,
a sus colores,
y a su eterno verano.

























Y como estamos en tiempos de fusión, Estrella Morente y su Vuelvo al Sur

1 de junio de 2008

Vientos de agua y amores cruzados

A veces, los amores llegan y se agolpan, compiten silenciosamente, no esperan a que el anterior se extinga para emprender la conquista y, entonces, una persona tiene que elegir entre dos amores.

Cuando dos te quiero se cruzan,
uno màs tenue, envejecido, desgastado,
dibujado con las primeras arrugas,
y el desengaño apostado tras la sonrisa.
Cuando dos te quiero se cruzan,
otro misterioso, arrollador, desafiante,
ludópata de las miradas clandestinas
y equilibrista suicida de las emociones.

Cuando dos te quiero se cruzan,
vientos de agua,
adioses verbales,
y fusiòn de amores.
Que en la vida, el amor, es pura transición.

Cuando dos te quiero se cruzan,
cambia el rostro, los horarios, las manías.
Las veces que nos reímos o enfadamos.
Pero, ay, el amor, el amor es pura transición.
Y sin todos los amores que arrastramos,
sin todas ellas,
quién sería yo, amor.
Sin todos ellos no se entiende este amor.

Patricia Simón