22 de mayo de 2006

Pataleta

La mediatización del dolor nos ha hecho percibirlo a través del filtro de la ficción. Sin embargo, cuando realmente alcanzamos a percibirlo, cuando nos raja el pecho y nos desangra, todos los esquemas en los que basamos nuestra experiencia se revuelven, y el desasosiego lo rompe todo. El dolor y el miedo. Los que realmente destrozan la vida. Cuando tienes en frente a personas que te lo narran, pasas de la tristeza al dolor, del dolor a la rabia y, entonces... Entonces sientes odio. Frente a mi, demasiada gente me ha contado como unos desgraciados destrozan o/y destrozaron sus vidas. He tenido que dejar de ver un documental que están emitiendo en La 2 sobre el campo de concentración de Treblinka. Una vez más, mi razón se ha visto sobrepasada por el interrogante de cómo los seres humanos podemos llegar a ser tan despiadados, tan criminales, tan aborrecibles. Y, lo peor. Si yo misma, en determinadas circunstancias, podrías pasar ese umbral. La experiencia me dice que no. Sin embargo, ellos para mi son héroes. Dolor con nombres y caras de amigos que han compartido conmigo sus desgraciadas vidas. Y, entonces, sientes que no puedes más. Que no podrás aguantar una sola palabra más. Que te derrumbas mientras tu cuerpo tiembla y sabes que ya no puedes contener más las lágrimas bajo los párpados. El dolor está en todas partes. Y todos somos cómplices. Aborrezco escuchar en la radio obtusas disertaciones sobre "la sinrazón de dar más protagonismo a la inmigración que llega en cayucos que la que llega por los aeropuertos de América Latina". Quizás porque los aviones no se hunden en el mar tan a menudo, aunque sus pasajeros sí que se hunden también en la miseria, pedazo de cenutrio. . Aborrezco cómo las fuerzas marroquíes masacraban a la población saharaui en El Aaiún mientras la Comisión de Derechos Humanos de la ONU tomaba té en el hotel. Aborrezco a los progres profesionales y defensores ecuánimes de la humanidad con métodos más fascistoides que los que más. Aborrezco a los que se manifiestan en nombre de la libertad y se dedican al golpismo verbal en el Parlamento porque nunca se creyeron esto de la democraciaY aborrezco todo aquello que se sitúe por encima de la vida humana, de las PERSONAS. ¿Qué coño somos? Ya sé que todo esto que digo no vale una mierda. Y, por encima de todo, que hay seres humanos que merecen llamarse así, y que tienen corazón y que no son hienas.

Mientras, sígamos todos discerniendo sobre la bondad de la nacionalización de los hidrocarburos -aunque mi interés nacional me lleve a preocuparme por quien me da de comer cada mañana, MamiRepsol-; sígamos buscando soluciones al "problema de la inmigración"-aunque el problema me da a mi que lo es para ellos-, y, sobretodo, sígamos fustigándonos un poco de vez en cuando por la mala conciencia de no ser todo lo solidarios, justos y progres que nos gustaría ser.

Buenas noches desde mi pataleta sin complejos.Ah! Y, por favor, desde mi más modestísisisisima opinión. Basta ya de tanta mediocridad.

21 de mayo de 2006

Arboleda de tejados

Cristalina, brillante, húmeda.
Bañada en sal entre tejados.
Brisa que juega con las faldas de lino en verano.
Colchón de hojas doradas de mi reposo otoñal.
Canaleta traviesa, chorro de agua de lluvia
que me sorprende sin paragüas.
Baile, danza, rito. Descalza y sinuosa.
Vaporosa, Volátil, Etérea.
Pero a mi vera siempre.
Tarareo constante e ininteligible.
Sabeedora de su poder con impunidad
Vela por el misterio de su silencio.
Se muerde un labio y mira atrás.
Rumorea un verso y cae en un nuevo sueño.
Pasea por los tejados, baja por chimeneas,
indaga en los trasteros y retoza en camas ajenas.
Pero a mi vera siempre.
Sube a una mesa, arremanga su falda y baila.
Cubre con un pañuelo la mirada de su amante.
Toca las palmas, jalea, se sonroja, da vueltas
Y vueltas y vueltas y canta y vuela y vuela….
en una arboleda de tejados.

Un brindis

Subida a los tacones de charol verde pistacho camino sintiendo los pasos, dibujando un trazo en las piedras de mi barrio Cimadevilla. Sin pensarlo, giro a la izquierda y me siento en la Plaza del Amor. Pienso en las pinzas de madera de tender la ropa. Veo una colada tendida en un balcón en la que ondean en la brisa marina retratos de mis pilares. Mi familia, mis amigos, mi enamorado. Y me los imagino todos juntos, en la Plaza. Una mesa de madera, en medio una botella de sidra y, alrededor, todos ellos, que soy yo. Llamo por teléfono a mi hermana. Nos contamos las cosas que no aparecerían en una biografía. Lo que más hecho de menos. Llamo a mi madre. Nos reímos, nos decimos cuánto nos queremos y nos echamos de menos. Llamo a Lydia. Está en una rueda de prensa. Hoy no podrá ser. Pensaba que me cogería el teléfono y que, de pronto, escucharía su voz muy cerca. Pensaba que estaría aquí, en Gijón. Llamo a Lola. Contestador Automático. Me esperan. Tengo que dejar la plaza del Amor. Aquí he visto las fotos más hermosas. Aquellas que sólo retienen mis pupilas. Padres, hijos, abuelos, perros, palomas, corchos de botellas que ahora son risas,… Todos jugando con la vida. Haciendole cosquillitas. La música: un acento sin complejos. Vuelvo a danzar por mis calles. Click, clack,click, clack. ¿Qué íntima tentación tendremos las mujeres con los tacones?. ¿Quizás la búsqueda de la feminidad que los años nos fueron limando? De fondo, Lucía. Una anciana esclavizada por el miedo que la guerra civil le dejó a quemarropa. Saco las llaves del bolso. Escucho la voz de Javier. Me siento en sus rodillas y balanceo mis piernas. Recuesto mi rostro en su hombro. Me pregunta qué tal todo. Le propongo un brindis con vino gaditano. Por la Plaza del Amor.