24 de octubre de 2008

Garzón rompe con el decreto del olvido

Ahora que Monseñor Antonio María Rouco Varela anuncia la beatificación de otras 500 víctimas más de las “hordas rojas”, el mismo día que el juez Baltasar Garzón pide que se abran 19 fosas comunes y se hace cargo de los primeros 143.000 ejecutados por el bando nacional. La derecha y la Santidad siempre tienen que ponerse del mismo lado, junto a la banca y los grandes empresarios. Algunos consideran peligroso que millones de españoles recuperen los restos de sus familiares y los trasladen de una cuneta al nicho de un cementerio, sostienen que todo fue amnistiado en la Transición. Olvidan que en 1978 no se pudo hacer nada de eso con un ejército que aún tenía responsabilidades en la Guerra Civil, la prueba es que el 23 de febrero de 1981, algunos de los cabecillas del intento de golpe de Estado habían combatido con Franco. Si nadie protesta por la iniciativa partidista de pedir la beatificación de 500 “mártires” de la derecha, nadie debe escandalizarse por el desenterramiento de 143.000 “rojos” que se encuentran en fosas comunes.

Extracto del post "Caminos" de Enrique Meneses

¿A qué tienen miedo los que se oponen a la apertura de las fosas? Y, sobre todo, ¿quiénes son los que alzan su voz en contra? No me vengan con vainas, son los de siempre, los que les molesta que todos tengamos los mismos derechos. Incluso, cuando ese derecho es poder llevarle un ramo de flores a nuestros muertos.

Recupero un texto que escribí hace dos años, cuando conocí a muchas de esas víctimas del franquismo a los que hoy se les sigue negando su existencia, porque lo que quieren es precisamente eso: que sigan sin existir, que no se sepa que en este país muchos terminaron en las cunetas por no demostrar diariamente su convicción fascista. Pero existieron y su vida fue mucho más digna que la de aquellos que quieren seguir ahogando la voz de los demócratas asesinados.

Miedo a la memoria

Lágrimas, hambre, sangre, miedo, destrucción, miseria, humillación. Pasión, valentía, cobardía, ingenuidad, traición, solidaridad, amistad, exilio, refugio. Vida y muerte. Niños, ancianos, mujeres y hombres. Abuelos, padres, hijos. Familias, vecinos, amigos y enemigos. Y después, más humillación, más muerte y, sobretodo, miedo y silencio. El olvido por decreto. Hoy, setenta años después, el decreto continúa vigente. Sin embargo, el miedo y el silencio comienzan a resquebrajarse. El muro de contención rezuma lágrimas de sangre. La historia empieza a ser desenterrada. Como las miles de fosas sobre las que se asienta nuestra democracia y a las que tenían que ir clandestinamente tantos y tantos a depositar unas pocas flores a sus muertos.

La voz ahogada de los vencidos, de los perdedores, de los que cometieron el pecado de sobrevivir a la Guerra Civil Española. Cuarenta años de franquismo dedicados a aniquilar "la otra historia". En las cunetas de las carreteras y de la memoria. Después, treinta años de silencio, de sustento del miedo que esclavizó toda una vida de millones de personas.

La mayoría de los que la vivieron están ya bajo tierra. Murieron con la losa del silencio y de la humillación por panteón propio y del de sus muertos. Hoy, los pocos supervivientes que quedan y, sobretodo, sus nietos históricos reivindican conocer y que sean reconocidos. En una guerra todos son víctimas. Pero los golpistas y los que mataron a más seres humanos una vez instaurada la dictadura que durante la propia guerra, grabaron en la retina histórica su estatus de héroe vencedor. Los desaparecidos, los represaliados, los fusilados, los encarcelados, los huidos, los condenados a muerte, los guerrilleros antifascistas que aún hoy conservan oficialmente la categoría de bandonleros, los brigadistas internacionales que después fueron perseguidos en sus propios países, los familiares que tuvieron que convivir con los propios asesinos de sus hijos, esposos, padres sin poder preguntar si quiera por qué o dónde están. Esos, sólo vivir, sobrevivir y aprender a vivir con miedo. Y callar. Hasta hoy.

Un leve murmullo in crescendo. Unos pinceles desempolvando vidas arrebatadas a tiro de gracia. Un prado. Cinco fusilados. Un agujero de un metro cuadrado apenas. Unos encima de los otros. 1937. La fosa de Turanzas, en Llanes (Asturias). Ahora, los familiares escudriñan un pasado que por ser mutilado, nunca abandonó su presente. Arriba, aunque sólo a apenas un metro de sus padres, tíos, bisabuelos, sienten el vértigo de, por primera vez, sentirse completos. Todavía inmersos en un ambiente de clandestinidad, comparten, reconstruyen las vidas de los suyos buscando su propia historia y quizás, inconscientemente, el por qué de su orfandad. La necesidad humana de buscar la lógica, incluso cuando la única respuesta es la sinrazón. Sus miradas húmedas a veces son acompañadas de una sonrisa. "Aunque sólo sean los huesos, ahora podré decir: éstos son los huesos de mi padre" sentencia Rogelio Prieto, el menor de ocho hermanos, que jugaba con su padre cuando se lo llevaron. Mª Dolores sólo tenía tres meses cuando asesinaron a su padre. "Ahora puedo decir que tuve un padre".

Conocer lo que ocurrió no es destapar viejas heridas. Todo lo contrario. Es la única forma de que puedan curarse, de que pasen a ser cicatrices de nuestra historia. Conocer nuestro pasado no es sólo restaurar la dignidad y devolverles la voz a aquellos que se la taparon a punta de pistola. Es también dotar a la ciudadanía del conocimiento necesario para entender el verdadero significado de nuestra democracia, que sólo así podría dar el paso definitivo hacia la madurez, sana y fortalecida. A los hijos de los protagonistas no les contaron la guerra para protegerles y por miedo. En las aulas, sólo les contaron la historia que como arma propagandística diseñó el dictador Franco. A los nietos sólo les llegó una versión edulcorada, en el mejor de los casos, que la transición difuminó como parte del pacto del olvido y del perdón. Hoy, setenta años después, conocer nuestro pasado más reciente es la única vía para que esta sociedad haga suya esta democracia, valore los sangrientos y dolorosos obstáculos que hemos tenido que tumbar hasta llegar a ella y el papel activo que la ciudadanía tiene que jugar para protegerla y reforzarla. Sobre todo la juventud, que no por el tiempo transcurrido, apenas dos generaciones, sino por la barrera del olvido y del miedo, ha recibido un legado del cual, en su gran mayoría, desconoce el origen. La libertad. Conocer para actuar en consecuencia. Ésa es nuestra responsabilidad.



Patricia Simón

Y porque, en España, "la muerte también le ganó a la justicia", términos en los que Mario Benedetti se refirió a la muerte de Augusto Pinochet, recuperó un texto suyo de 1963 en el que trata la muerte de "cierto crápula doméstico".


Obituario con hurras

Vamos a festejarlo
vengan todos
los inocentes
los damnificados los que gritan de noche
los que sueñan de día
los que sufren el cuerpo
los que alojan fantasmas
los que pisan descalzos
los que blasfeman y arden
los pobres congelados
los que quieren a alguien
los que nunca se olvidan
vamos a festejarlo
vengan todos
el crápula se ha muerto
se acabó el alma negra
el ladrón
el cochino
se acabó para siempre
hurra
que vengan todos
vamos a festejarlo
a no decir
la muerte
siempre lo borra todo
todo lo purifica
cualquier día
la muerte
no borra nada
quedan
siempre las cicatrices
hurra
murió el cretino
vamos a festejarlo
a no llorar de vicio
que lloren sus iguales
y se traguen sus lágrimas
se acabó el monstruo prócer
se acabó para siempre


vamos a festejarlo
a no ponernos tibios
a no creer que éste
es un muerto cualquiera
vamos a festejarlo
a no volvernos flojos
a no olvidar que éste
es un muerto de mierda
.

Mario Benedetti


Los muertos por luchar por un mundo más justo no puede ser un tema pasado de moda, como tengo la sensación en algunos ambientes. Porque de ellos aprendimos lo que signifca resistencia, valentía y compromiso, y porque el país que tenemos hoy también les pertenece. ¿Qué no es perfecto? Pues claro, carajo. ¡Ahora nos toca a nosotros!
Esos niños de los que hablaba Pablo Milanés y que cantó junto a Victor Manuel.



Y por que hoy son muchos los que se siguen jugando el pellejo cada día por las mismas ideas, a los periodistas no se nos puede olvidar que nuestro papel es, también, servirles de altavoz. En cuanto vuelva a casa, me pondré con un documental que grabamos en Colombia sobre las víctimas del conflicto. Allí pude conocer a dos personas que alimentaron mi convencimiento de de qué lado quiero estar:Iván Cepeda, cabeza del Movimiento de las víctimas del paramilitarismo y de los crímenes de Estado de Colombia, y Eduardo Márquez, presidente de la Federación de Periodistas de Colombia, y actual vicepresidente de la Federación de Periodistas de América Latina y el Caribe.

Durante la guerra civil española fueron muchos los periodistas que, convencidos de la legitimidad democrática de la República Española y de que esta guerra contra el fascismo sería sólo la primera en Europa si no era frenada por una coalición internacional, intentaron por todos los medios explicar al mundo la obligación moral de ayudar al bando democrático. Sin embargo, muchos de ellos se encontraron con la incompresión por parte de sus medios que veían a la República como un satélite de la Unión Soviética, y otros entraron en total confrontación con sus medios puesto que la mayoría de éstos eran de derechas y apoyaban a las tropas franquistas. Tal fue la desesperación de muchos de estos periodistas que terminaron trabajando directamente con la República, en su oficina de prensa, realizando tareas diplomáticas para conseguir apoyo de otros países o, directamente, en el frente. Todo esto lo explica muy bien Paul Preston en su libro Idealistas bajo las balas, Corresponsales extranjeros en la Guerra Civil Española. (Me parece mucho más acertado el título original: We saw Spain die -Vimos morir España-).

Hoy también es difícil hacer un periodismo que haga justicia social o, como pidió las Naciones Unidas durante varios congresos sobre periodismo y libertad de expresión que ha realizado durante el último año, al menos un periodismo que favorezca una cultura de paz y el desarrollo de los Derechos Humanos, como exige el Manifiesto de Periodismo y Derechos Humanos. Insisto: hoy es difícil, pero nunca fue fácil. Sin embargo, tenemos que intentarlo. Como Garzón.

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